viernes, 30 de octubre de 2009

Los viernes nadie lee

Escaleras

Aunque no lo esperaba, hoy ha sido un día normal. Es complejo: son tranquilos pero envidiosos estos días. Quieren ser extraordinarios y envidian a aquellos que sin esfuerzo, congenitamente, lo son. Pero no debemos propiciarle el golpe de muerte a este día normal, reflexionando sobre él, ya que su normalidad me ha permitido salir con deseos de todo, mejor, tranquilamente de cualquier cosa, convencido de que todo sería bien recibido; lo trivial, por su trivialidad y como tal, y lo laberíntico, como jeroglífico histórico.

Los volúmenes de la Biblioteca me parecieron que estaban todos justificados. En días anteriores había sido injusto La página treinta y seis de la revista El frenesí sencillo, que yo había arrancado, sólo cumplía su destino, proseguir a la treinta y cinco. Cuando, para cerciorarme de mi injusticia, la tomé nuevamente, odié el acto imbécil que había cometido cuando la arranqué. ¿Rabia de qué?, se me antojó.

Los dos estudiantes que cuchicheaban chismes o lecciones sentados en un banquito, que me imaginé siempre que me miraba implorante rogándome que lo desocupara de tan terribles huéspedes, puedo jurar que me pareció dormido. Y aún más. Soñando con los caballos que se dividen en dos por el vientre, que con rapidez nos dejan ver la bola mágica que llevan oculta, que se vuelven a unir y entonces se ríen. Y no pensé que el banco se hubiera vuelto cínico. Reflexioné con transparencia: era el banco más inteligente que se pudiera crear. Tenía ocupantes y ya esto era suficiente para un banco, que por demás sería sordo.

La niña que, sentada en el quicio de su puerta, estaba siempre llorosa por su pierna perdida y por cuya muerte tantas veces rogué, profetizando su eterna melancolía, su posible suicidio o mi sensibilidad invariablemente alterada en su presencia, se me figuró como la antítesis de estas conjeturas: no estaba llorosa y si no se le veían claras las pupilas de sus ojos era simplemente porque tenía una nube en las mismas y a ella no le importaba. Aseguré que estaba pensando en que sustituiría su pierna perdida por una magnífica, de cera y entonces ¿por qué se iba a suicidar? y el acostumbrado crispamiento que me provocaba mi sensibilidad, que no se si existe, no tendría por qué ser.

Esta mediocre claridad me fue infundiendo una fortaleza extraña. Ese miedo a traicionarnos y decir lo que tenemos, que me aterraba desde que lo había confirmado, se había disipado. Si nada temo, no puedo hablar de mi temor y si hablo de él, como no existe, sólo será una burla dirigida a mi interlocutor. Y además ya no tendría más interlocutores verdaderos; siempre hablaría en ese tono que nos concede el dominio, tono mayestático y anticonfidencial.

¡Qué anchas las aceras, y yo, ni pequeño ni grande: igual que todos¡, así concretaba mi antiguo caos.

¿Ya he dicho que aun era fuerte? Creo que no. Pues sí, aun no necesitaba de nadie.

Hacía seis días que no podía dormir en mi propio apartamento. No podía subir la escalera. Esta y la soledad que afable pero desgarradora me esperaba en sus finales, a pesar de que eran lo que más me asía, habían llegado a ser para mi prohibidas casi por receta facultativa. (Es esa receta que firma el que teme al llanto como a Satán.)

Fuerte y mediocre olvidaría el abismo que presentí siempre bajo sus peldaños. Esa extraña angustia que invariablemente me proporcionó era incompatible con mi estado actual. Su frialdad no me podría despertar esa avidez que transmitía a mis manos ansiosas de apretar su talle, mi boca no podría reclamar sus ojos y mi mirada no podría sentir el vértigo del arco iris girando.

Creyendo que ya era otro decidí retornar. Era fuerte y opuesto a todas estas sensiblerías. Ahora más daño me podría ocasionar seguir viviendo como inoportuno en otro lugar que no fuese mi habitación.

Atravesé la pasarela que conducía a la escalera. Cuando pasaba, iluso, la convertía en una guardarraya, tratando de olvidar el acordeón diagonal que me esperaba, alardeando de poder abrirse y abismarme en su fondo. Aclararé que ella me había proporcionado ciertas delicias: la subida a saltos por la que sabía que había satisfecho una inquietud; la cabeza del monstruo que más de una vez vi asomada por la ventana que daba al descanso; y otras cosas que he tratado de olvidar porque alguien intervino en ellas.

La oscuridad de siempre, esencia de mis desequilibrios pasados, no me dejaba ver, pero presentí que me esperaban. Mis manos fueron las que me lo indicaron. Su trágica avidez estaba presente. pero, como era un día normal, había otras ávidas a las que asirse. Así, en esta plena comprensión subimos, inconscientes.

No me habló de su abandono, ni de nosotros, sino de un muerto. En la escalera, precisamente. De que aún no habían llegado las autoridades y por eso lo tenían bajo ella. De su temor por mi llegada y por mi complicación en el crimen. (De ahí he deducido que no quería deshacerse de mí.) Y no sé cuántas cosas más. No podía oir y si oía, no podía centrar mi pensamiento. Ni tan siquiera en mi próxima y necesaria bajada. Ni en la escalera. Todo me parecía insignificante.

Estuve después muy bien. Pero no tuvo relación con el crimen mi enfermedad.

Ya más estabilizado, lo que más me asombra es mi no complicación en ese folletinesco espectáculo. No creo que se comprendiese tan fácilmente que no podía estar interesado. He pensado que ellos lo sabían. Que el paraíso no se abandona por una manzana.

Eloísa Lezama Lima

Nadie parecía. Cuaderno de lo Bello con Dios.
Número II. Octubre 1942. La Habana
Dirigen: Pbro. Ángel Gaztelu y José Lezama Lima

Por petición popular coloqué fotos de escaleras y por petición popular las tuve que quitar.

El blog del día: Casacelis

14 comentarios:

Anónimo dijo...

El paraíso no se abandona por una manzana...
Quien sabe, no?

casacelis dijo...

Estimado Stultifer,

Honrado me siento de que haya sido elegido mi humilde blog como el blog del dìa y es que quizás al mismo le hace falta todo lo que del tuyo quisiera expresar.

Agradezco enormemente una vez màs y esto desde luego me compromete con todos.

Te dejo un gran y fuerte abrazo amigo.

Didac Valmon dijo...

estás investigando nuevas formas de escaleras? ahora ya ni foto, directamente escritas.
Besos

Winnie dijo...

¿y la escalera?...besos y feliz viernes

Lakacerola dijo...

Pues es verdad, yo si he leído sobre escalera pero falta una foto que acompañe al texto.

Stultifer dijo...

faladomi No po la manzana entera, sino por un bocado.

casacelis Un placer otorgar algo que, como la fruta, caduca en 24 horas.

didac Encontré el texto y lo subí.

winnie Claro, superficial que eres. Sólo te gusta el exterior.

lakacerola Hay que subir a ciegas hoy.

Dirty Clothes dijo...

Tiene que ser agotador subir la última escalera...

dirty saludos'¡¡¡¡

Cosechadel66.es dijo...

Pues me alegro de haberlo leido, aunque sea viernes...

Carpe Diem

Nadia dijo...

Bueno, pues parece ser que llegué el día adecuado para ser una lectora rebelde.

Un beso!

Stultifer dijo...

dirty Es agotador si antes de la última hay una, y antes una, y antes una.

cosecha Lecturas de viernes.

nadia Si te gustó, nos alegramos.

Thiago dijo...

Alguno hay, cari, aunque sea tarde...

Muy bueno el post, para callar a los que dicen que no sabes escribir... ¡Ah, no qué no es tuyo! jajajajajaj

Bezos.

theodore dijo...

Quedaba más minimalista sin fotos. Más de viernes.

¿Era la hermana?

LaLocadelMoño dijo...

Muy buen texto, no obstante hecho en falta unas de esas escaleras que siempre encajas tan bien en lo que escribes.
Besucos!

Stultifer dijo...

thiago NI las fotos ni el texto son míos. Nunca. O casi. ¿Dicen las lenguas que no sé escribir? Qué equivocadas están. Y yo que pensaba que no leía nadie nada...

theodore Me gustaba más sin fotos, pero todos me regañaron pro no tenerlas. Ahora voy yo y las quito. Si. era la hermana. Así lo cuenta aquí

weblara ¿Escribo o no escribo? ¿Pongo fotos o no? Es que no se puede. Así no se puede. Me voy a ir con los radioaficiondos, que se entienden entre ellos muy bien.