A pesar de las reiteradas declaraciones de guerra, el Tacheles de Berlín fue desalojado pacíficamente y con orden. Todo lo que empieza se acaba. Y lo sabían sus ocupantes. Algún día llegarían las Fuerzas del Orden. Y así fue. La policía, orden judicial en mano, cerró al tráfico las calles adyacentes a la Oranienburgerstrasse a las seis de la mañana, todavía de noche en Berlín, y procedió a avisar con altavoces que los okupas debían salir a la calle. La mayoría de ellos había sacado ya sus pertenencias durante la noche y esperaban fuera, calentándose las manos en improvisadas hogueras en las que ardían los materiales inservibles. Nadie opuso resistencia y la policía colaboró incluso en el traslado de las esculturas de mayor tamaño a estudios repartidos por Prenzlauerberg.
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