En su fiesta me colé

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Escolares que han finalizado sus estudios recorren las principales calles de Sofia (Bulgaria) dirección al Hotel Sheraton, donde celebrarán el Baile de la Graduación.

Allí van todas y todos disfrazados de Sisí Emperatriz, con trajes brillantes, para festejar antes y después sus éxitos escolares preuniversitarios. Desde las 5 de la tarde y hasta altas horas de la madrugada beben, bailan, gritan eufóricos en lo que es el día más importante de su vida.

Quizá el mío también lo fue. Les vi en la calle, les seguí al hotel y en su fiesta me colé.

Rapidamente le vi pero tenía mis dudas en acercarme a participar en su conversación. El búlgaro no es precisamente un idioma sencillo que se pueda aprender en los cinco minutos antes de decirle algo a un tío que no deja de mirarte. El ponche o similar que probé me quitó el pudor de soltarme en el fatal de los ingleses que uno puede hablar: Hello... Que es la manera más facil de acercarse a alguien. Y más si ese alguien, Pavel, hablaba un poquito de español.

Mientras desfilaban ante mi cerca de cien figurantes de una película de época (no sé cuál exactamente, pero época al fin y al cabo), Pavel y yo ya compartíamos la tercera copa. Es decir, cada uno de nosotros llevaba tres, pero ésta última, que no iba a ser la última de la noche, pues la tomábamos juntos. No la misma. Coño, que no entendéis nada.

Nos movían de sitio, nos paseaban casi a empujones en una especie de conga extraña y a todas horas eufóricos volvían a entonar su himno. A mí solo me salía el Uhhhhhhhh del final. Pavel me parecía encantador. Seguimos bebiendo sin llevar la cuenta de lo consumido y comimos algo que nos ofrecían unos camareros para chuparse los dedos. Los de los camareros también. Serían las once de la noche. Para entonces Pavel ya me había propuesto acompañarme al hotel. Pensé -inocente de mí- que era por la peligrosidad de la oscuridad de la noche.

Los vestidos dejaban su lustre de la entrada y ya se veían manchas en ellos. Los peinados dejaban de llamarse así; los zapatos no se iban a perder por la escalera ya que la mayoría de las muchachas andaba sin ellos; y los chicos, todos ellos juntos, no paraban de gritar ese uhhhhhhhhh casi erótico.

La traducción debe ser algo similar a "Somos los mejores, somos los mejores y los que no están con nosotros son los perdedores. Uhhhhhhhhhh." Pavel, sin duda, era uno de los mejores y mi viaje a Bulgaria continuaba feliz.

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