Verano 1979
Una de las conversaciones con Covadonga a la salida del instituto en Madrid se basó en la posibilidad que tenía en verano para hacer algo más que sestear a la sombra de la sopa boba familiar. O encontrar un primer trabajo estival o preparar una mochila y salir a recorrer lo que fuera "recorrible", siempre cerca, más que nada por las carencias económicas del momento, que por miedos a lo desconocido.
Mi profesora de Historia Contemporánea no llegó a creerse que esa misma tarde unos alumnos del centro escolar habían entablado una charla entre caña y caña en la que me entrometí, dado el carácter de aventura que marcaban los interlocutores. Había llegado el fin de curso y se planeaba una salida hacia el norte para recoger la pera limonera. Iban a ser unos días geniales. Era como ir a vendimiar a Francia, pero a lo “niño bien”. Es decir, iban a tomar un tren en un par de días, después del último examen, y su meta era aguantar el verano viviendo del trabajo del campo, vamos, de la recogida de la famosa pera limonera.
Covadonga soltó una sonrisa, casi carcajada, sin dejar de mirarme. ¿Cómo era posible que a mi edad, habiendo terminado el servicio militar como voluntario, a mis diecinueve años, decidiera apuntarme a una excursión a la que no me habían invitado? Sin intención de cortarme las alas -que nunca la tuvo- me previno de algunos inconvenientes como podían ser malentendidos con la gente con la que me iba ya que apenas les conocía, algún que otro problema que podría surgir en el viaje y cosas por el estilo. Sus arengas no eran en absoluto maternales, sino preventivas ante cualquier sorpresa. Aunque una vez más utilicé mi sistema de cerrar los oídos cuando me hablan de temas que no me interesan -o que no quiero que me interesen- con el tiempo descubrí que tenía razón. La vida no es una uva pelada que la tragas sin agobios. Es más, tiene piel áspera y pepitas que hay que sortear.
Siempre había una rápida solución: regresar a la primera de cambio. Tampoco había mucho que perder, aunque exclusivamente debería preparar los exámenes de selectividad para septiembre. Un valenciano bastante extraño había decidido suspenderme en matemáticas ese año colapsando cualquier viso de buen futuro en una facultad. El sistema educativo se había vuelto loco y me obligaban a estudiar unas cosas rarísismas con cifras y números, cuando durante el anterior periodo escolar me dio por las letras: el latín, poco; el griego, poco, el arte, poco; y el francés, también poco. ¡Pero matemáticas!
Una noche sin sueño que mereciera la pena recordar finalizó con un amanecer de esperanza. Ya había terminado el curso y se preparaba la salida de Madrid. Habíamos quedado por la tarde en el mismo bar de la primera tertulia, un bar al que íbamos entre clase y clase a tomar cerveza y boquerones en vinagre, nada del otro mundo, y la sorpresa que se llevaron al verme entrar allí los que iban a ser mis compañeros de recogida frutal podría calificarse de indescriptible. Una cosa era que días antes hubiéramos hablado de que me iba con ellos, que nos íbamos juntos, y otra distinta era que de verdad les iba a acompañar. Que me iba con ellos. Que formaba ya parte del grupo. Si bien es cierto que no manifestaron contrariedad, noté que lo pensaron muy fuerte. ¿Qué pintaba yo allí? Ya no había remedio. Una cosa tenía muy clara en mi mente: me iba. Incluso sin ellos.
No me costó conocer los detalles del viaje, el día de salida, lugar y hora, aunque tuve que esforzarme un poco para que me facilitaran los datos precisos. Estos datos tenían que ser del todo fiables. No podía preparar todo y quedarme en tierra, aunque tampoco era para tanto. Dejé al lado mi desconfianza y compartimos juntos lo intrascendente. ¿Era necesaria una tienda de campaña? Yo jamás he creído necesario tener una tienda de campaña, pero en ciertas ocasiones, veo que hace falta. Está bien, tienda de campaña (que ponía David), sacos de dormir (cada uno el suyo), algo para comer (cucharas), algo de ropa (ropa)...
Era cierto. Nos íbamos. Los billetes de ida los sacaríamos en la misma estación. Para el regreso, cada cual cuando quisiera o cuando lo necesitara. Cada cual a su aire.
En el tren pocas sorpresas pero un primer susto. En el compartimento se entabló conversación con alguien que, como nosotros, iba a la campaña de la fruta. Ahí me di cuenta que no me iba de excursión, era toda una campaña en la que iba a participar y ser protagonista. El nuevo, claro, se unió al grupo. Al contrario de lo que pasó conmigo que no hubo malas caras, yo la puse al ver que el grupo aumentaba con el primero que se unía a él. Eso no me parecía bien. pensaba: Cada uno que se las apañe sólo, pero eso no podía ser. A la mitad de camino entre Madrid y Zaragoza, pues ese era el primer destino conocido, mi cara sufrió un cambio de rictus. Dejó de sonreír y soñar con la pera limonera y abriendo los ojos hasta lo imposible comprobé cómo era un ataque de epilepsia. Nunca antes había visto nada así. Conocía por encima los síntomas, pero no estaba preparado para actuar ante un caso real. La nueva adquisición del grupo era problemático por él mismo. ¡Pues vaya! Con eso no contábamos, yo por lo menos. Ninguno supimos qué hacer y la memoria de este personaje se pierde en la estación de Zaragoza justo en el momento en que bajamos del tren y dejamos de verle.
Bueno, ya estamos en Zaragoza. ¿Y ahora, qué? Pues a visitar la ciudad. De turismo interior. ¿Dónde podíamos ir en Zaragoza? Pues a la plaza de El Pilar, junto al Ebro. Dudamos si entrar en la basílica para ver las bombas que por lo visto nunca estallaron pero preferimos ir a una terraza para tomar un refresco. Media tarde y todo estaba controlado. ¿Quién controlaba todo? Evidentemente estas reflexiones no aparecían por ningún sitio. Ya veríamos.
En una mesa cercana a la nuestra se sentó una pareja con la que empezamos a charlar. ¿Qué casualidad? Iban a Lérida a recoger la pera limonera. No estaban solos, formaban parte de un grupo de vascos que habían decidido, como nosotros, unirse a la campaña de verano y vivir de la recogida de la fruta. Oírles hablar me tranquilizó bastante, pues hasta entonces no estaba yo muy seguro ni de que existiera la pera limonera ni de que fuéramos nosotros quienes íbamos a recogerla.
Vivía en mi nube particular y me agradaba comprobar que éramos muchos los que nos despegábamos de la familia y del verano tradicional y salíamos a la aventura. Un primer encuentro y una primera unión. Ya éramos catorce. Los cuatro que salimos de Madrid, los ocho vascos y otros dos más que se unieron al grupo. Cada vez me parecía mejor eso de ser mucha gente. Inconscientemente me sentía más arropado y creo que a todos nos pasaba un poco lo mismo. Parecíamos los músicos de Bremen, que salimos cada uno por nuestra cuenta, nos fuimos juntando y caminábamos buscando no sabíamos qué.
Sin premisas previas, y sin decidirlo creo que nadie, se creó un fondo económico común para atender las necesidades. ¿Teníamos necesidades? Yo, ciertamente no entendía nada o, más bien, no prestaba atención a estas tramas. Iba a manejar el dinero uno de los vascos. Quien más puso tenía el mismo derecho que el que agregó poco. Así era el plan y nos pareció bien.
La tarde era genial, pero llegaba la noche y a alguien se le ocurrió la idea de preguntar dónde íbamos a dormir. Si realmente estábamos tan bien organizados seguro que había alguien que ya se había preocupado en buscar o pensar dónde descansaríamos. A mí no me competía esa tarea. Como ya se había considerado la posibilidad de ir a Lérida porque era allí donde se recolectaba la fruta, volvimos a la estación pero no había trenes hasta el día siguiente. Sin buscarla, encontramos la solución para el dormir. La estación era el lugar adecuado, lo malo es que la cerraban. Pero había un gran porche en la entrada principal que sirvió de escaparate de sacos de dormir para un par de mendigos que no pararon de molestar durante toda la noche amenizando con sus melodías el bendito descanso. ¡Qué se le iba a hacer!
Un desayuno a la carrera, un tren que llegaba, un recuento de personal, y a Lérida. Todo como muy rápido. Un lento viaje nos lleva hasta la calle Mayor ilerdense que se vio invadida de mochilas, sacos de dormir, pelos despeinados y hambre. Era el momento de empezar a investigar las mejores zonas con posibilidades para conseguir trabajo. Ibamos en serio, no me lo podía creer.
La unión del grupo, el grupo en sí, facilitaba las cosas a veces de la misma forma que las complicaba. Por ejemplo, para comer no encontrábamos un lugar barato en el que cupiéramos todos. Claro que para entonces ya no éramos catorce, sino que parecíamos un regimiento. Cada grupo, persona o pareja que nos veía y que se había lanzado al mundo al igual que nosotros, se apuntaba al “vámonos todos juntos”. ¿Dónde meternos? ¿Turnos? Pues haríamos turnos.
Encontramos un pequeño bar de comida casera en el que por doscientas pesetas teníamos un surtido de sopa, carne o pescado congelado, pan, vino y postre. Todo un lujo para unos pobretones aventureros. Así y todo, el fondo común siempre tenía carencias. Lo justo para ese tipo de comidas y cenas, algo de tabaco y poco más.
Tratamos, más bien trataron, durante toda la tarde en averiguar dónde era el sitio. ¿Dónde estaba escondido el Santo Grial de la Pera Limonera? Ni los piratas o corsarios, ni los aventureros más audaces hubieran tardado tan poco tiempo en averiguar que Fraga, en Huesca, a media hora de Lérida era el lugar iluminado por la estrella que nos guiaba. No lo averiguamos por nosotros mismos, yo por lo menos no averigüé nada, sino que fueron los mismos dueños del lujoso restaurante (esto ha sido una licencia del autor hacia el establecimiento) los que nos indicaron el lugar, el camino y el horario de autobuses. Y no lo hicieron para que desapareciéramos, ya que ellos mismos nos facilitaron el alojamiento para todos en la azotea de un hotel situado en la plaza de San Juan. ¿Cuántos éramos? ¿Veinte? Quizás más, pero seguro que cabíamos todos debajo de las estrellas. Pues decidido. Cena rápida con sopa, pescado congelado o carne, vino, pan y postre y directos a dormir. La imagen del amanecer desde esta azotea era todo un espectáculo, tanto para los que estábamos arriba como para los que estaban abajo, a pie de calle.
Como si de un día de fiesta se tratase, aparecieron a lo largo del pretil de la azotea banderolas de colores, digo sacos de dormir ventilándose, dando una imagen desacostumbrada a este rincón conservador de la ciudad. No sé si desayunamos. Madrugar, no, eso sí, pero tras levantarnos y mirarnos unos a otros salimos en procesión hacia la estación de autobuses como una caravana que cruzó Lérida ante la atenta mirada de sus habitantes. Era como si nunca hubieran visto una mochila, unos sacos de dormir y gente llevándolos sobre sus espaldas. ¿Sería una novedad para ellos como lo era para mí?
Y como un autobús de línea es siempre un autobús de línea, no ocurrió nada diferente que lo que acontece en un viaje corto. Miradas hacia el paisaje, preguntas sobre lo que falta por llegar... hasta que finalmente se detuvo en una plazoleta en la que un letrero con la inscripción “Discoteca Florida” nos dio la bienvenida a este pueblo aragonés fronterizo con Cataluña. Ya estábamos en Fraga.
Atención, pregunta: ¿Con qué fruta define el autor del texto a la vida?
El blog del día: Fuertes del mar
23 comentarios:
Me quedo con la pera limonera, aunque me tmeo que no me he enterado de na.
Pues yo diría que la piña.
Desde luego la entrada es bien curiosa. ¿Harás un "making of"?
danimetrero No es la pera limonera.
theodore No es la piña.
Una uva sin pelar y con pepitas, vamos, farragosa y dulce (perdón...) Y es que me he acordado de cosas que ya no creía recordar. ;)
Tengo un amigo que a sus cuñadas, la noche de fin de año, les cambió "las tradicionales" por unas pasas y les dijo textualmente: "Ya teneis una edad".
Kisses
Estoy por decir la chirimoya..jaja
Pues no tengo ni idea, todavía ando un poco dormido.
Un rampyabrazo.
avalon La memoria guarda muchas cosas que parecían irrecordables.
Chevy Esas cuñadas "delicadas"...
winnie No es la chirimoya.
Rampy Siga buscando.
Mencionas mucho la pera limonera, pero tambien la uva. Si o si??, SALUDOS.
montse No es la pera limonera.
Ejem...intentaré leer la novela despues que aun estoy espesa.
lakacerola Tómalo con calma.
la uva descrita al principio... como la vida que no es, primero y la vida que sí es, pepitas y piel áspera....
un beso
maba Pero con cremas suavizantes se disimulan las asperezas.
Oh! Has premiado a Fuertes del mar!! Mu buena elección...
Y vaya recorrido hiciste/hizo/hieron... :)
manué Yo, tu, el, nosotros, vosotros, ellos.
joder, si que es potente... la dejo para después de comer. Bezos.
Pero Stulti... ¿esto qué es? Ya le pareces a Brutus... jajajj! Joer! ¡Qué testamento nos has metido hoy! jajaj! ¿Quién sube esas escaleras?
Un abrazo!
thiago El día que te concedieron el Mejor Blog del Día, también se refería la entrada a Fraga. ¿Recuerdas?
angel Las comparaciones siempre son odiosas, más que nada porque no creo que a Bruto le agrade saber que me has comparado con él.
Hooola, buenas, pues yo venía a agradecer el premio en mi nombre y en el de Carmita, reciente colaboradora aunque ella diga que si es por ella que me lo habéis entregado :_(
Como sea, muchas gracias, no todos los días a uno le aprecian sus matices :_) Colgaré el premio, voluntariamente solo faltaba, en la próxima entrada (me persiguen las rimas... mas que persiguen, se-cuela-n) Graacias.
Hay unas escaleras que a ver si envío. Son las de "el parque la granja"; no son muy empinadas, ohhh jajaja.... pero sí muy... son de esas incómodas para bajar porque parece que andaras... no sé.. son muy bajitas, y cada escalón muy laaargo, de modo que se siente uno de lo más raro raro raro... no hay quien tenga glamour con esa escalera.
Beeesos (poooooooooor cierto, que si comento tan tarde es porque he estado bajando los tramos de la entrada.. por estar en el tajo y cargando con Carmita no lo he completado pero sí que te puedo decir que la vida "no es" una una)
antwaters Jamás pensé que podíais leer tanto texto en un blog. Será que yo soy muy minimalista...
Yo soy de un pueblo a 20 Km de Fraga, en mi casas siempre he visto peras, limoneras, blanquillas, melocotones…me ha parecido curiosa la aventura (además de entrañable) si te apetece repetir la experiencia ya sabes donde estamos.
ANONIMO - Hago una excepción y te contesto: esa historia la viví hace por lo menos... 30 años. y luego me quedé a vivir en fraga por otros 5. Lástima que seas un "anonimo".
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