viernes, 13 de agosto de 2010

Llamé a la puerta

Catorce de una tacada de Theodore y amigos

Cada vez que llegan a mí noticias o fotografías de Gerona o Girona me viene a la cabeza la historia del conejo. Para muchos esta ciudad catalana solamente es el escenario de la trilogía de José María de Gironella, la de LOS CIPRESES CREEN EN DIOS y etcétera. En su momento leí los tres volúmenes, me gustaron, me enseñaban la ciudad, y la descubrí tiempo después. Sin embargo para mí, Gerona, es la historia del conejo.

Carlos y yo recorríamos Cataluña medio en coche, medio andando y haciendo autostop o no y llegamos hasta Cadaqués, donde la famosa noche bajo las estrellas y junto a la barca de la playa, que otro día relataré si me envían fotografías de escaleras de la parte antigua de esta villa. Carlos tenía 23 años y yo no cumplía 22 hasta la primavera siguiente.

Cadaqués era el final de camino juntos ya que habíamos decidido regresar al punto de inicio cada uno por nuestra cuenta haciendo una carrera a modo de concurso televisivo. Las normas eran muy claras. A saber: no teníamos dinero, disponíamos de todo el tiempo del mundo, nos encontraríamos cuando llegáramos y aquí paz y después gloria.

Al final, nos separamos en Figueras al punto por la mañana. Si soy sincero, me dejó algo triste ver cómo Carlos se marchaba en el primer coche que paró en la gasolinera, pero mis ánimos no decayeron y me las prometí muy buenas hasta que con el paso del tiempo yo seguía en la gasolinera sin tener suerte del viaje gratis y tampoco sabía el recorrido exacto de mi contrincante. Pensé y pensé y al sentirme perdedor en el juego (no había recorrido ningún tramo en tres horas) decidí que mi próxima parada iba a ser Gerona para visitar a mi amigo Mario.

Y allí llegue yo. A Gerona. Me lancé a las calles que rodean la catedral, la zona del río, las escalinatas, la familia Alvear de los libros: era tal y como Gironella lo contó. Quise tener en ese momento algunas de sus páginas para ver cómo continuaba mi propia historia, pero mi meta era otra. La casa de Mario.

Tres vueltas a la izquierda, dos a la derecha, otras tres hacia delante y la segunda, subiendo, a la derecha. Allí vivía Mario. Llamé a la puerta. Llamé a la puerta. Repito: LLAMÉ A LA PUERTA. Pues parece que no hay nadie. Me dije a mi mismo. Pero vi desde una ventana del patio que daba al interior de la vivienda, a un conejo blanco moviéndose por la casa. Entonces Mario vivía allí, porque los conejos blancos no viven solos. Por lo menos no parecía que había hecho el viaje en balde (os recuerdo que iba en coche, andando o en autostop o no. Viajar en balde no se me da muy bien).

Un paseo, dos, tres y regreso a las mil vueltas y subida a la derecha para encontrarme de nuevo ante la casa de Mario. Llamé a la puerta y abrió una chica con un conejo blanco en los brazos. Un gran conejo blanco de por lo menos cinco kilos y orejas larguísimas. El conejo blanco, el que correteaba por la casa y el que iba dejando trocitos de zanahoria por los RINCONES del pasillo. Mi cara cambió (no sé si para bien o para mal, pero cambió. De eso estoy seguro). Pero Mario no estaba y no llegaría hasta el día siguiente. Que si pasa, que si no, que si quédate, que si me quedo, que si me marcho. Total, en la misma calle, sin Carlos (maldito juego que nos inventamos), sin Mario, sin lugar donde dormir, pero con la visión de esa chica con el conejo que seguro me provocaba pesadillas. La gente se vuelve loca voluntariamente.

Deambular era la palabra y buscar un banco. O regresar a casa de Mario a esperar que llegara. Las reglas del concurso no especificaban nada sobre dormir en casas de amigos. Pues lo que ocurre en casos así: Llamé a la puerta.

El conejo soltaba bolitas negras por donde pasaba pero no se me ocurrió preguntar nada al respecto. Siempre he sido muy prudente y cada uno puede compartir la granja con las personas que quiera, y la casa también. Cené, dormí, amaneció y apareció Mario con una grandísima sonrisa en la cara. ¡Qué guapísimo era Mario!

Qué haces como estás cuando has llegado cuánto tiempo te quedas has visto a mi conejo esta es mi novia somos muy felices vaya mierda de viajecito estoy haciendo... Desilusión era la palabra. No es que yo hubiera estado enamorado de Mario, que lo estaba, era la sorpresa de los cambios. Las personas cambian. De eso me di cuenta en ese instante. Se apagó allí mismo el mundo de colores. ¿Cómo era posible que Mario... su novia... ese conejo blanco...?

El poder de superación que me otorgaron los dioses al nacer surgió efecto tras quince segundos de incertidumbres, urdimbres, tristezas y afines. Pues mira, las cosas son así y yo decidí seguir siendo feliz. Muy feliz de haber encontrado a Mario y de proseguir mi ruta. ¿Seguiría Carlos jugando o aquello era otra de las bromas del destino?

Publicidad - La escalera de esta foto se encuentra en la azotea de la casa del cartel anunciador, justo sobre las letras OU de la palabra NOU.

Como por arte de magia, nada más llegar a la gasolinera a la salida de Gerona dirección sur, un camión de frutas tenía pinta de querer hacer el recorrido que yo llevaba. Pues nada, allí que me fui en la cabina los más de 300 kilómetros que quedaban hasta mi punto de encuentro o despedida o lo que sea. El punto.

Encontré a Carlos, que hizo el viaje sin paradas (y sin aventuras). Me inventé para él una historia de un conejo blanco en los brazos de una chica, de un río que pasaba junto a unas casas, de una época vivida como en la Edad Media, de la familia Alvear renaciendo de sus cenizas...
No volví a saber nunca nada de Mario.

Blog del día El diario secreto de Dorian Gray

12 comentarios:

Alforte dijo...

Jop! Pues si que es bonita Gerona, y peazo de reportaje fotográfico ;-)

Xim dijo...

¿Le preguntaste a la chica si se llamaba Lole?...

theodore dijo...

Estoy viendo las fotos y reviviendo el rato que pasé en Gerona y ahora recuerdo que no se hablaba de otra cosa que no fuera el conejo blanco. En ese momento no entendí a qué se referían. Menos mal que has llegado tú para iluminarme.

Anónimo dijo...

Escaleras con historia!

Saludos.

Stultifer dijo...

ALFORTE - Los ojos con que miran una ciudad también interfieren en la belleza.

XIM - Ni idea del nombre de la chica. Pero dudo que fuera el conejo de la Lole el de mi historia.

THEODORE - Toda la verdad siempre aparece.

JAUROLES - Cada escalón, un capítulo

Lakacerola dijo...

Si esas escaleras hablaran....

Unknown dijo...

qué empacho de escaleras hay en esta ciudad tan bonita y tan curiosa historia personal... abrazos escalonados.

Thiago dijo...

Todas las mandó Theo? Vaya excursión escalerística... Ya verá de Dublín, seguro que trae una jartá...

Cari, felices ferias (lo siento!).

bezos.

Uno dijo...

¿Cuantas horas con Mario? Es lo que pasa cuando se cruza un conejo en tu camino...

Stultifer dijo...

LAKACEROLA - Si las escaleras hablaran, cada escalón, un capítulo.

XTO - Empacho vario. Incluso de triteza.

THIAGO - Hoy fui al centro de Málaga. Desconozco de quién es la idea de dejar caballos sueltos por la ciudad con los orines, los calores y sus defecaciones para deleite de visitantes y habitantes.

UNO - Las horas con Mario fueron muchas. Mucho antes de que aparecieran los conejos.

Adrianos dijo...

cuantas fotos y cuantas historias... y de Carlos? tenemos noticias?

(me ha encantao esta historia de Girona Express)

Besos

Stultifer dijo...

ADRIANOS - Del Carlos de mi historia nunca se supo nada más.